Habana nos
recibe con los brazos abiertos. Han pasado ya casi cinco años desde
que me dejé llevar, como el que se abandona a las olas, por sus
ritmos, su calor, su alegría, sus contradicciones…
Pero Habana no
permanece estática como una montaña, es más bien como un bosque.
Vive, respira, crece, transmuta. Siento que cada vez que vaya la veré
distinta: más moderna, más viva; para bien o para mal, diferente.
Pero siempre cubana, porque la “cubanidad” no reside en los
viejos edificios sin pintar o las reliquias de sus coches . Eso se lo
dejamos a los turistas que buscan agujeros de bala cuando visitan
Shaigon o la foto sobre un camello en Giza, ansiosos de estereotipos
que mostrar a su vuelta cual trofeos. Aunque parte de La Habana se
rejuvenezca y se engalane, su carácter pervive.
La Habana
Vieja ha recuperado un eje que la atraviesa (Obispo-Plaza de
Armas-Mercaderes-Plaza Vieja), irreconocible hace cinco años.
Totalmente renovado, salpicado de tiendas y restaurantes con
espectáculo en vivo, uno puede pasear como por la Rambla
barcelonesa, viendo pasar las diferentes escenas del teatro que le
tienen preparado al visitante. Pero, fuera de los focos de este
escenario, la vida sigue en ese gran teatro que es Habana.
El bullir de
las aceras llenas de personas ávidas de calle, los niños jugando a
pelota (béisbol), los viejos machacando sus dominós alrededor de
una mesa, el caminar rumboso de las muchachas, la música
omnipresente como el propio aire (e igual de necesaria para los
cubanos) y la azarosa búsqueda continua del cubano, bien de un taxi,
una docena de huevos o de un zapatero. Siempre buscando, siempre
encontrando. Esta búsqueda se nos hace agotadora a los que venimos
de países sencillos, donde para ir de un punto A a otro B, siempre
hay una línea coloreada que los conecta, y donde para cada producto
que necesitamos hay una tienda especializada a donde acudir. Aquí
las cosas no funcionan así. Pregunta, camina, busca, espera un
autobús sin número que se detiene en una parada inexistente (que
aún así es conocida por todos), acaba comprando una tarjeta
telefónica en una panadería que no es más que una ventana abierta
en una casa sin cartel alguno que la anuncie, pregunta al zapatero de
la esquina quien llamará a su vecino el cual tiene un carro con el
que te llevará al aeropuerto… todo se encuentra, todo se arregla,
sólo que los canales de información nos son completamente extraños
y, frecuentemente, extenuantes. ¡Qué le vamos a hacer! Estamos
acostumbrados a la comodidad de la inmediatez.
Centro Habana |
El
cuentapropismo ha modificado el comercio, por otra parte ya existente
anteriormente, “por la izquierda”, como dicen allí. La ley
estricta crea las ilegalidades, que decía Raúl, y ahora que se han
flexibilizado ciertas leyes, muchos empleos clandestinos afloran
legalmente. Aquí te empujo un carrito vendiendo piñas, allá vendo
DVD en la puerta de mi casa, aquél rellena mecheros y el otro vende
repuestos de coche junto con porciones pizzas. El cubano lleva toda
la vida “arreglando” (buscándose la vida), así que ideas e
iniciativa nunca le han faltado.
Ahora, muchas calles del centro rebosan de estos pequeños sueños colectivos, llamados negocios familiares. Unos prosperarán, otros se quedarán el camino. Pero independientemente de dónde acabe su quimera, el habanero seguirá caminando tranquilo por las calles de la ciudad que ama, tranquilamente... buscando.