No lejos de
Shiraz nos aguarda la mayor joya arqueológica de Irán, la capital
de un imperio de la antigüedad que se extendía desde el río Indo
hasta Egipto, la ciudad de los Persas: Persepolis.
Desde el punto
de vista turístico, y comparado con otros restos arqueológicos de
primera magnitud (Abu Simbel, Petra, Taj Mahal o Angkor Wat por citar
algunos) lo primero que llama la atención nada más llegar a la
entrada es lo ridículo del precio de acceso: apenas 0’15€
(algunos de los citados anteriormente pueden llegar a tener entradas
entre 25€ por un día y 40€ por entrada múltiple). Lo segundo
es, de nuevo, la práctica ausencia de turistas extranjeros. En
concreto, sólo vi tres. Sin duda los prejuicios que pesan sobre Irán
y las falsas perspectivas de peligro hacen que la gente no visite
este país, por otra parte fascinante.
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Las dimensiones son fabulosas.
Compárese con las personas de abajo a la izquierda |
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Entrada a Persepolis |
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Vista de los restos del palacio de Apadana |
Como bien
aprendieron antaño, la entrada a un lugar prestigioso venía a
través de una magnífica escalinata. En ella y otros muros por toda
la ciudad, la piedra bellamente rebajada en bajorrelieves muestra las
procesiones de la antigüedad llevando regalos al monarca. Aquí se
ven las curiosas imágenes de deidades del zoroastrismo,
representadas por anillos alados; allá capiteles en forma de caballo
o grifo. En general, el peculiar estilo artístico persa resultará
familiar a quien haya visitado los museos de París o Londres.
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Soldados de todas las naciones vecinas, rinden sumisión al monarca |
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Ahura Mazda, deidad zoroastra |
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Textos en Persepolis |
La destrucción
de Persepolis fue absoluta a manos de Alejandro Magno. Éste la
saqueó (se dice que necesitó más de tres mil camellos para
llevarse el tesoro de Persepolis) y después la quemó completamente.
Al expandirse las grapas de plomo que mantenían unidas las piedras,
los edificios de colapsaron. Así, en la actualidad, la ciudad
impresiona más por lo que intuimos de ella que por lo que
efectivamente muestra. Puede que queden pocas columnas en pie, pero
su tamaño hace volar la imaginación cuando ésta intenta
reconstruir los edificios de tales dimensiones… colosales. ¿Qué
lleva al hombre a destruir semejantes maravillas? ¿Podía el odio
del vencedor cegar la vista de la poesía hecha piedra en forma de
delicadas esculturas u osadas columnas? ¿Acaso no se puede hacer
patente el cambio de poder sin necesidad destruir los logros del
vencido?