Bam se
despliega por el desierto como una ciudad del Oeste. Un trazado de
calles rectas y ortogonales, espaciosas y anchas. El terremoto la
asoló, y destruyó la mayoría de sus casas (desde luego, todas las
de adobe). Las nuevas son más resistentes, modernas y frías.
Asépticas, nunca de más de dos pisos. El terremoto no sólo
destrozó la ciudad, sino también su futuro. Caída la ciudadela de
Arg-e Bam, desapareció su atractivo al turismo.
De igual
forma, parece una ciudad casi abandonada. Muy poca gente camina por
la calle, si bien es cierto que durante el día ésta es una tarea
titánica. El calor seco golpea como un mazazo que impide al cerebro
pensar en otra cosa que sea buscar líquido y refugio. Tal fue el
calor, que se me agrietaron los vidrios de las gafas. Al atardecer y
comenzar la noche, la ciudad cobra vida y la gente se atreve a ocupar
las aceras y restaurantes, felices de aprovechar el respiro que les
da el ocaso.
Nos hospedamos
en un pequeño hotel regentado por Ibrahim, un encantador anciano que
pasó ya hace tiempo los setenta años. Ibrahim es atento, tierno y
muy culto. Ha viajado por medio mundo, y recuerda fielmente los
lugares que visitó. Tiene ese tipo de carácter que te hace estar
con una continua sonrisa en su presencia. Bailotea cuando camina de
un sitio para otro de su hotelito, vacío y sin huéspedes a
excepción de nosotros y una misteriosa amiga que ha venido a
visitarlo. Nos cuenta cómo quedó enterrado en el hotel durante
horas cuando el terremoto y cómo sacó a su mujer de las ruinas de
su propia casa. Ahora está divorciado, aunque tiene planeado casarse
de nuevo. “Aún no, en unos cinco años. No tengo prisa. Aunque
tengo claro que no hay nada más dulce que el amor de una mujer,
¿cierto?”, nos dice antes de ponerse de pie y marcarse unos pasos
de baile.
En cierta
manera, la historia de Ibrahim me recuerda a la de la propia Bam. Su
hotel abandonado y su vida solitaria acompañan el destino de la
ciudad, otrora más brillante. Aún así, la felicidad inquebrantable
por el presente y la ilusión por un futuro mejor, son la energía
que lo mueven a levantarse y sonreír a cada nuevo día, cada nueva
oportunidad de hacer las cosas bien.