domingo, 3 de febrero de 2013

Bam e Ibrahim


Bam se despliega por el desierto como una ciudad del Oeste. Un trazado de calles rectas y ortogonales, espaciosas y anchas. El terremoto la asoló, y destruyó la mayoría de sus casas (desde luego, todas las de adobe). Las nuevas son más resistentes, modernas y frías. Asépticas, nunca de más de dos pisos. El terremoto no sólo destrozó la ciudad, sino también su futuro. Caída la ciudadela de Arg-e Bam, desapareció su atractivo al turismo.

De igual forma, parece una ciudad casi abandonada. Muy poca gente camina por la calle, si bien es cierto que durante el día ésta es una tarea titánica. El calor seco golpea como un mazazo que impide al cerebro pensar en otra cosa que sea buscar líquido y refugio. Tal fue el calor, que se me agrietaron los vidrios de las gafas. Al atardecer y comenzar la noche, la ciudad cobra vida y la gente se atreve a ocupar las aceras y restaurantes, felices de aprovechar el respiro que les da el ocaso.

Nos hospedamos en un pequeño hotel regentado por Ibrahim, un encantador anciano que pasó ya hace tiempo los setenta años. Ibrahim es atento, tierno y muy culto. Ha viajado por medio mundo, y recuerda fielmente los lugares que visitó. Tiene ese tipo de carácter que te hace estar con una continua sonrisa en su presencia. Bailotea cuando camina de un sitio para otro de su hotelito, vacío y sin huéspedes a excepción de nosotros y una misteriosa amiga que ha venido a visitarlo. Nos cuenta cómo quedó enterrado en el hotel durante horas cuando el terremoto y cómo sacó a su mujer de las ruinas de su propia casa. Ahora está divorciado, aunque tiene planeado casarse de nuevo. “Aún no, en unos cinco años. No tengo prisa. Aunque tengo claro que no hay nada más dulce que el amor de una mujer, ¿cierto?”, nos dice antes de ponerse de pie y marcarse unos pasos de baile.

En cierta manera, la historia de Ibrahim me recuerda a la de la propia Bam. Su hotel abandonado y su vida solitaria acompañan el destino de la ciudad, otrora más brillante. Aún así, la felicidad inquebrantable por el presente y la ilusión por un futuro mejor, son la energía que lo mueven a levantarse y sonreír a cada nuevo día, cada nueva oportunidad de hacer las cosas bien.