Bam fue un
lugar que quedó descartado de mis planes desde un principio. En
primer lugar se encuentra en pleno desierto, y visitarlo en Agosto
quiere decir aceptar la posibilidad de temperaturas que superan
fácilmente los 40ºC. En segundo lugar, está situado fuera de
cualquier ruta lógica que conecte el resto de lugares que pensaba
visitar en Irán, camino de la frontera con Afganistán y Pakistán.
Por tanto, no está de camino de nada. Para ir a Bam, simplemente hay
que armarse de valor y acomodarse unas cuantas horas en una sucesión
de autobuses, coches compartidos y taxis. Pero, no; el motivo
principal para descartar ir a Bam, era la página completa que
dedicaba mi guía de viajes a explicar los peligros de la región:
traficantes de opio, escaramuzas con la policía y, sobretodo,
detallados relatos de algunos secuestros a turistas (siempre
liberados al cabo de un tiempo). Todo esto hizo que Bam se cayera de
la lista de lugares a visitar en Irán. Al fin y al cabo, me voy de
vacaciones, no a la guerra.
Y sin embargo…
cuando llegué a Irán me puse en contacto con la embajada española
para preguntar por la seguridad en la zona. Su respuesta tampoco
invitaba a ir, aunque yo sabía que en la embajada simplemente se
iban a lavar las manos y recomendarme que no fuera a ningún sitio,
no me fuera a ocurrir algo y verse ellos implicados.
Y aún así…
seguí preguntado a los iraníes con los que conversaba. Ninguno
había oído hablar de secuestros en la provincia de Kerman, aunque
me confirmaron que está en el camino del opio desde Pakistán hacia
Turquía, con destino final europeo. En definitiva, les parecía
absurdo no visitar Bam por estas agoreras noticias. La sorpresa que
mostraron ante la pregunta era la misma que mostraría yo si un
extranjero me dijera a mí que no visitaba Mallorca porque había
leído que tres años antes violaron a una alemana (cosa, por otra
parte, cierta).
Finalmente en
Shiraz conocí a alguien de la propia Bam. Más aún, ¡había
conocido al japonés secuestrado que mencionaba la guía! Me relató
la historia del nipón en cuestión y su parte de responsabilidad en
la abducción. Le aconsejaron repetidamente que no cogiera “taxis
gratuitos” por la noche, cosa que hizo. También me confirmó la
seguridad en la zona, con unas mínimas precauciones de sentido
común, que uno suele tener agudizadas al viajar. Finalmente todo
esto me convenció de la posibilidad de visitar Bam.
Así
que sin tener muy claro la forma de llegar hasta allí, nos armamos
del primer billete de autobús que nos conducía en dirección a Bam
(que no a Bam). No es un destino muy popular, desde luego. Incluso el
último de los autobuses que había de cruzar el último tramo
desértico, canceló su trayecto al poco de partir por tener apenas
cinco viajeros. Nos tuvimos que organizar con otros viajeros para
contratar un coche compartido el cual ¡finalmente! nos condujo a
Bam.