miércoles, 17 de septiembre de 2014

Poseídas por los espíritus familiares


Doy un salto mortal hacia delante en este errático blog, y me salto de golpe ocho meses de experiencias por contar, para describir lo ocurrido anoche. Hace un par de días, uno de los trabajadores del centro de buceo, Komang, me invitó a una ceremonia en el templo familiar. Su familia es originalmente de Karangasem, donde la cultura es muy diferente de la región de Singaraja en la que me encuentro. Muchos habitantes de Karangasem se desplazaron después de la erupción del volcán Agung que arrasó sus poblados y tierras de cultivo en el año 1964, aunque la mayoría comenzó de cero de nuevo en las faldas del volcán. Por cierto, el Gunung Agung además de tener una gran importancia en la cultura balinesa es la montaña número 87 más alta del mundo.

Komang
Bali en sí misma, es un caleidoscopio de tradiciones hinduistas entrelazadas con los ritos locales propios de cada región. Algunas tradiciones se importaron cuando la corte javanesa, de religión hindi, se estableció en Bali (expulsada por la invasión musulmana), llevando consigo a la flor y nata de artesanos, músicos y escritores de la corte.  En otras se mantienen fieles a los ritos ancestrales de la isla. 

Una vez nos encontramos con Komang en su pueblo, éste nos lleva al templo familiar. Su familia vive toda en casas contiguas, en el terreno que originalmente pertenecía a su abuelo. Esto es normal en Bali, y ayuda a que los lazos familiares sean muy fuertes. Su abuelo tuvo 5 hijos y 7 hijas (los tíos y tías de Komang), cada uno de los cuales tuvo una descendencia a la par. En el templo, habría perfectamente un centenar de personas, con mayoría de mujeres, con una gran abundancia de niños y niñas. 



Hombres y mujeres, nos sentamos en el suelo sobre esteras separados en dos grandes grupos en frente del templo. El templo en sí mismo es un pequeño recinto vallado, donde se encuentran los diferentes pequeños templos de la familia: uno para prosperidad, otro para salud, otro para espantar a los malos espíritus o magia negra que les puedan enviar algún vecino envidioso…

El motivo de la ceremonia de esta noche, es que su abuelo lleva unos cuantos días sintiéndose mal, y cree que el espíritu de su primera mujer ha venido a atormentarle los días. Seguramente ella no esté contenta con su vida en el otro mundo, ya que nadie le hace caso ni reza por ella. Por eso, toda la familia se ha reunido para rezarle al espíritu de su primera mujer, la abuela fallecida.

El ambiente es distendido, los niños corretean entre los adultos sentados, nos miran con curiosidad, y algunos de los familiares ofician como organizadores. El sacerdote que oficia, también es de la familia: todas las familias en Bali, cuentan con uno de sus miembros que es sacerdote. 

Komang nos explica como rezar. Una de sus hijas nos acerca una cesta con pétalos de flores. El primer rezo, se hace con un pétalo rosa entre la palma de las manos. El segundo con unos pétalos blancos entre los dedos. El tercero sin pétalos, simplemente juntando las palmas. Y finalmente el último con pétalos amarillos. El hecho de que tengan que usar flores cada vez que rezan, me hace pensar que esto sólo es posible en un lugar que tenga tiempo primaveral durante todo el año. Al acabar, el sacerdote se acerca uno a uno de nosotros para darnos sus bendiciones. Nos ofrece tres veces agua en la manos (que ponemos en forma de cuenco) y la cabeza que representa el agua del Ganges y la sorbemos. A continuación podemos unos granos de arroz en la frente (el tercer ojo) y la base del cuello.  

Después de los rezos, oímos algunos cánticos dentro del templo y sirven algo de comer. La comida está compuesta del omnipresente arroz acompañado de algunos pinchos y verdura. En Bali, es tradición comer sentado en el suelo, y siempre con la mano derecha. Además, antes de comenzar a comer, se aparta una pequeña cantidad de comida y se deja a un lado: un poquito de arroz, de carne y verdura. Los balineses creen que nacemos con un hermano gemelo invisible que nos acompaña durante toda la vida. Cada vez que comen o beben, el primer bocado o trago, lo reservan para él. 

Una vez terminamos de comer, todo el mundo se levanta y despejamos el espacio central. Una banda de gamelan comienza a tocar su música a base de percusiones con gongs metálicos y flautas. Algunas mujeres se unen al círculo central que hemos abierto y empiezan a bailar tímida, sinuosamente. Alzan sus brazos y los mueven a izquierda y derecha, como mecidos por el viento, como un alga en la corriente marina. A algunas otras les ofrecen los hombres de la familia si quieren bailar, pero lo rechazan vergonzosamente. La música estridente y poderosa del gamelan continúa. Komang me anima a hacer fotos y vídeo, y aunque casi no he sacado la cámara hasta entonces y simplemente me he dedicado a sentir, la saco y filmo.

De repente, todo cambia. Las mujeres de pie, están bailando invocando a los espíritus de los ancestros. A una de las mujeres danzantes, le cambia la cara, ya no es ella; se ha introducido en su cuerpo uno de los espíritus de los ancestros familiares. En ese momento, un hombre de la familia, desenfunda un kris, una daga ceremonial ondulada, y se la entrega a la mujer en trance. La mujer, primero alza la mirada y el largo cuchillo al cielo con las dos manos, sin dejar de bailar. En un momento, a veces propiciado por un cambio de ritmo de la música, apoya la punta de la daga sobre su pecho, y la aprieta con sus manos dibujando círculos con la daga, mientras sigue bailando, fuera de sí, a veces de pie, a veces de rodillas. Los familiares gritan o silban fuerte para aumentar más, si cabe, el ruido ensordecedor que hay a su alrededor. En ese momento, las mujeres están en estado de trance, no responden ni controlan sus movimientos. Generalmente, la percusión de los tambores y los gong las atrae, y se acercan frenéticamente a la banda de gamelan



Otros miembros de la familia, las controlan de cerca, ya que no son conscientes de  sus movimientos, pudiendo llegar a herir a otra persona (o a sí mismas), o caer entre los músicos que no dejan de tocar en ningún momento, aún siendo golpeados por alguna de ellas. Los familiares las apartan para que no choquen entre sí, las sujetan del cinturón o sostienen para evitar que caigan al suelo o sobre la orquesta. Las mujeres bailan con los ojos cerrados, caminando de adelante a atrás, saltando, arrodillándose y volviéndose a levantar. 

En algún momento, los espíritus que las poseen, se tranquilizan momentáneamente, o se vuelven frenéticos al mismo tiempo, pues las mujeres se acompasan, aún con los ojos cerrados, al son de la música. Algunas niñas pequeñas acompañan a sus madres y tías, probablemente imitando sus movimientos, sin llegar al trance ni experimentando ninguna posesión espiritual. Las mujeres danzan en trance durante interminables minutos, niñas, adolescentes, ancianas, todas se suman al estando de trance y unión con los espíritus de la familia. 

En un momento dado, una mujer deja de bailar, alza con ambos brazos la daga hacia el cielo y se desmorona. El espíritu la ha abandonado, y el cuerpo, agotado, se derrumba. Los miembros de la familia, evitan que se caiga, recogen la daga y la llevan al templo familiar, donde es bendecida. En ocasiones, una mujer llega corriendo y toma su daga y comienza su propio trance, justo en el momento que en otra lo acaba. En otras, vemos como miembros de la familia invitan a mujeres a salir a bailar, las cuales se niegan repetidamente, hasta que súbitamente se levantan y buscan rápidamente una daga para poder ser tomadas por el espíritu. Sorprende el cambio repentino que se produce en ellas. 



Pasan las horas, y seguimos allí mientras más y más mujeres se van sumando al estado de trance familiar. La familia seguirá hasta bien entrada la noche. Nos despedimos de Komang, quien nos acompaña a la salida, y de su familia con la que hemos establecido una breve, pero amable relación. Ha sido una noche muy intensa y especial, donde nos hemos sentido más acogidos que nunca en Bali. Hemos podido apreciar de primera mano, el fuerte vínculo familiar que une a los balineses. La familia de Komang, es prácticamente un pequeño barrio dentro de un pueblo, una pequeña comunidad en sí misma, dentro de la comunidad del pueblo. Cuando uno de ellos (en este caso el abuelo) tiene un problema, toda la familia se reúne para solucionarlo. 

Bali sigue siendo un lugar mágico y maravilloso, de tradiciones que se remontan en el tiempo, incluso más allá de cuando recibieron las tradiciones hinduistas. Ni la colonización holandesa, la homogeneización indonesia, ni el rodillo aplanador de la globalización y el turismo de masa, ha podido con sus costumbres. Me siento afortunado y bendecido de poder ver esta cara de Bali. 

miércoles, 6 de agosto de 2014

Myanmar, tui yan da wandapate (encantado de haberte conocido)

Todo es transitorio, nada permanece. El pasado nunca vuelve, el futuro nunca llega, la vida es un eterno presente. 

Myanmar es un país profundamente budista. He escogido estas enseñanzas del Dharma para comenzar a hablar de Myanmar, pues la propia experiencia de visitar el país es una gran escuela de filosofía budista. La primera vez que vi Myanmar fue en 2010 y el país era realmente “la perla por descubrir de Asia”. La antigua Birmania sufría un bloqueo económico y político que, como en tantas otras ocasiones, sólo servía para atenazar aún más al pobre, y aumentar las diferencias entre la clase dirigente (un gobierno militar) y la población, en su mayoría, miserable . Sin embargo, el bloqueo tuvo también consecuencias culturales. Myanmar era un país sin ningún tipo de influencia occidental.  Bajar del avión procedente de Bangkok, era como haber entrado en una cápsula del tiempo que nos llevara a Asia antes de la globalización. Nescafé, Coca-Cola, Samsung… todo era desconocido en Myanmar, donde apenas unos años antes ni siquiera existía una red de telefonía móvil.  
Recientemente, el régimen militar birmano aprendió la lección de la democracia occidental y convocó unas elecciones en las que los únicos partidos que se presentaron estaban formados por ellos mismos. Así, la “fiesta de la democracia” llegó a Myanmar y sus habitantes disfrutaron del mismo poder de elección del que disfrutamos nosotros: escoger quién de entre todos los partidos que representan lo mismo querían que los gobernase. “¿Que tienes hambre? Pues te dejo escoger entre todas estas opciones: McDonalds o Burguer King”. Esto se vio con regocijo desde Occidente y se levantó el embargo. 

Hoy, la cultura birmana se va horadando poco a poco del tsunami cultural que es la globalización. La forma de vestir, los lugares de comida, las formas… siguen siendo puramente birmanas, pero “lo moderno” comienza a ser las chaquetas y camisetas de la MTV en vez de los longyis, los fast foods y helados en vez de los fideos callejeros y la tendencia cool entre los jóvenes con sus teléfonos de última generación. Conocí un taiwanés que me adelantó que el país se iba a convertir en el nuevo centro industrial textil de Asia. Los fabricantes de zapatillas y balones necesitan de la miseria para poder tener mano de obra barata. Ahora dan el salto a Birmania, hasta el próximo cambio a otro país más desesperado.



Todo cambia, nada permanece. Uno peca a sabiendas que al volver al mismo país no va a repetir las mismas experiencias. Aún así, tiene la incertidumbre de saber cuánto habrá cambiado. Myanmar mira con ilusión a un futuro esperanzador, aunque incierto, y yo me alegro por ellos. Aunque me alegro también de haber podido conocer su inocencia y carácter antes de que las aguas culturales birmanas y extranjeras comiencen a abrazarse. 

martes, 11 de febrero de 2014

Koh Tao: una isla en el golfo de Tailandia

Casi todo el mundo que me habla de Koh Tao, lo hace utilizando en algún momento la palabra “paraíso”, especialmente los que han visitado las otras islas más turísticas del golfo de Tailandia (Koh Samui, Koh Panyang). Sin embargo, no deja de darme la impresión de que es más el deseo de estar en el paraíso y poder contarlo, que la propia sensación de estar en el Edén. A mí, de hecho, me provoca un poco de tristeza el ver el estado en que está la isla. 

Koh Tao, por supuesto, fue paradisiaca y lo siguió siendo después de ser descubierta por un puñado de aventureros buceadores en los años ochenta. Si te puedes abstraer de todo el desarrollo (¿o destrozo?) humano y pasear por las zonas más perdidas de la pequeña isla volcánica puedes disfrutar de lo que fue. Placenteros prados de hierba salpicados de los más bellos cocoteros aquí y allá. Pequeñas playas de arena blanca y calas franqueadas por enormes bloques volcánicos de piedra lisa... todo está aquí para descubrir por quien tome una pequeña motocicleta y se aleje de los hoteles y de los bares cerveceros. 



Sin embargo, el empuje humano ha sido muy fuerte también. Koh Tao sufre de humanidad y, en mi opinión, de un desarrollo excesivo. Demasiada gente, demasiadas construcciones y demasiados residuos salpican la isla. Koh Tao es una isla centrada en el turismo, especialmente de buceo. El  buceador es un tipo de turista especialmente consciente de los problemas ambientales, porque los observa con tristeza cada día cuando se sumerge en el océano. Así que, al menos, la isla está a salvo del turismo más destructivo de fiesta, alcohol y drogas que escoge otras islas como destino de sus correrías. 




La isla se encuentra en un equilibrio difícil de mantener, y parece que no crecerá mucho más.  Organizaciones como “Save Koh Tao” buscan recuperar la belleza natural de la isla y sus fondos marinos para que futuras generaciones puedan seguir sintiendo que han estado por unos días en el paraíso. Espero que entre todos podamos ganar la batalla.

lunes, 6 de enero de 2014

Desvíos en la vida

Demasiada gente vive en circunstancias tristes, y aún así no tomará la iniciativa de cambiar su situación porque están condicionados a una vida de seguridad, conformidad y conservación, todo lo cual puede parece que da una paz interior, pero en realidad nada es más dañino para el espíritu aventurero dentro del hombre que un futuro seguro. La parte más fundamental del espíritu viviente en el hombre es su pasión por la aventura. El placer de la vida viene de nuestros encuentros con nuevas experiencias, y por ello, no hay mayor gozo que tener un horizonte cambiante sin fin y tener así cada día un nuevo y diferente sol”. Jon Krakauer, Into the Wild

Esta cita es realmente un tanto pretenciosa en mi caso, dado lo pequeño de esta aventura particular. Sin embargo, en lo fundamental, no puedo estar más de acuerdo. Nos aferramos a una seguridad y certeza sobre algo que quizá ni siquiera queremos o nos interesa, por la tranquilidad que nos da tener el calendario lleno con los planes del próximo mes. 

Sin embargo, cuanta más seguridad buscamos, puede que nos sintamos más inseguros de perderla, con lo que el ciclo se perpetúa. En ese sentido, viajar parece un experimento a pequeña escala de lo que es la vida misma. Uno puede buscar la seguridad y la certeza de tener todos los pasos de viaje programados, garantizados y asegurados. Revisa horarios de trenes, guías de viaje, comentarios de viajeros para saber qué se encontrará allí donde vaya y reserva todas las necesidades (transporte, alojamiento) por adelantado. Una vez todo programado y reservado, se puede relajar y disfrutar del trayecto… ¿cierto? Más bien no. Cuanto más posees, más atado te encuentras y más puedes perder. Perder ese autobús te hará perder el barco que tienes reservado que te lleva a la isla donde tiene dos días de hotel pagados por adelantado. De repente, los planes te condicionan el día a día y te angustia perder el ritmo que te habías planteado con anterioridad. Cuando no hay hotel que te espera, el barco de la mañana deja de ser un salvavidas y cualquier otro barco te sirve (incluso cualquier otra isla), y dejas de preocuparte por ese autobús que si pierdes puedes sustituir por un tren, quizá a otro destino.  

De igual manera, una vez completado el cupo de seguridades en la vida (funcionariado, hipoteca…) me debería recostar en mi tumbona con las manos entrelazadas detrás de la cabeza, sabedor de tener gran parte del futuro asegurada, y disfrutar de mi pequeña parcela del hormiguero, donde todos parecen tan contentos, atareados en ganar y gastar dinero. Sin embargo, el piso se convierte en una atadura y el trabajo de funcionario te impide explorar ciertos caminos que te gustaría recorrer. Imagino que lo importante es aprender combinar una cierta orientación de hacia donde se quiere ir con la flexibilidad de poder salir de la carretera cuando se desee. Los desvíos del camino, a veces son mucho más interesantes que la vía principal. 

Tomamos esta pequeña senda que nos lleva de Barcelona a Asia de forma un tanto precipitada, pero con mucha ilusión, guiados (quizá) por algún poema de Walt Whitman. 

La única responsabilidad que tenemos en la vida, es hacer de ella algo realmente maravilloso


lunes, 13 de mayo de 2013

Regreso a Habana

Habana nos recibe con los brazos abiertos. Han pasado ya casi cinco años desde que me dejé llevar, como el que se abandona a las olas, por sus ritmos, su calor, su alegría, sus contradicciones…

Pero Habana no permanece estática como una montaña, es más bien como un bosque. Vive, respira, crece, transmuta. Siento que cada vez que vaya la veré distinta: más moderna, más viva; para bien o para mal, diferente. Pero siempre cubana, porque la “cubanidad” no reside en los viejos edificios sin pintar o las reliquias de sus coches . Eso se lo dejamos a los turistas que buscan agujeros de bala cuando visitan Shaigon o la foto sobre un camello en Giza, ansiosos de estereotipos que mostrar a su vuelta cual trofeos. Aunque parte de La Habana se rejuvenezca y se engalane, su carácter pervive.

La Habana Vieja ha recuperado un eje que la atraviesa (Obispo-Plaza de Armas-Mercaderes-Plaza Vieja), irreconocible hace cinco años. Totalmente renovado, salpicado de tiendas y restaurantes con espectáculo en vivo, uno puede pasear como por la Rambla barcelonesa, viendo pasar las diferentes escenas del teatro que le tienen preparado al visitante. Pero, fuera de los focos de este escenario, la vida sigue en ese gran teatro que es Habana.

El bullir de las aceras llenas de personas ávidas de calle, los niños jugando a pelota (béisbol), los viejos machacando sus dominós alrededor de una mesa, el caminar rumboso de las muchachas, la música omnipresente como el propio aire (e igual de necesaria para los cubanos) y la azarosa búsqueda continua del cubano, bien de un taxi, una docena de huevos o de un zapatero. Siempre buscando, siempre encontrando. Esta búsqueda se nos hace agotadora a los que venimos de países sencillos, donde para ir de un punto A a otro B, siempre hay una línea coloreada que los conecta, y donde para cada producto que necesitamos hay una tienda especializada a donde acudir. Aquí las cosas no funcionan así. Pregunta, camina, busca, espera un autobús sin número que se detiene en una parada inexistente (que aún así es conocida por todos), acaba comprando una tarjeta telefónica en una panadería que no es más que una ventana abierta en una casa sin cartel alguno que la anuncie, pregunta al zapatero de la esquina quien llamará a su vecino el cual tiene un carro con el que te llevará al aeropuerto… todo se encuentra, todo se arregla, sólo que los canales de información nos son completamente extraños y, frecuentemente, extenuantes. ¡Qué le vamos a hacer! Estamos acostumbrados a la comodidad de la inmediatez.


Centro Habana


El cuentapropismo ha modificado el comercio, por otra parte ya existente anteriormente, “por la izquierda”, como dicen allí. La ley estricta crea las ilegalidades, que decía Raúl, y ahora que se han flexibilizado ciertas leyes, muchos empleos clandestinos afloran legalmente. Aquí te empujo un carrito vendiendo piñas, allá vendo DVD en la puerta de mi casa, aquél rellena mecheros y el otro vende repuestos de coche junto con porciones pizzas. El cubano lleva toda la vida “arreglando” (buscándose la vida), así que ideas e iniciativa nunca le han faltado. 

Ahora, muchas calles del centro rebosan de estos pequeños sueños colectivos, llamados negocios familiares. Unos prosperarán, otros se quedarán el camino. Pero independientemente de dónde acabe su quimera, el habanero seguirá caminando tranquilo por las calles de la ciudad que ama, tranquilamente... buscando. 

viernes, 15 de febrero de 2013

Bali: la excursión en moto


Viví muy buenas experiencias en Bali, y una de las que guardo mejor recuerdo, fue el día que me armé de un mosquito-motocicleta y me lancé a recorrer media isla. A pesar de ser un aprensivo con lo que respecta a la seguridad (llegando al extremo maniaco compulsivo en seguridad vial) no hay nada comparado con la libertad de ir donde uno quiere a lomos de un Pegaso motorizado, sin horarios ni rutas fijas. El perderse amablemente por los arrozales recibiendo en la cara la brisa cargada del dulce olor del arroz maduro… es algo que no se puede sentir desde la seguridad del interior de un coche. La liberación que supone el poder detenerse a conversar con gente allá donde no hay ninguna marca en el mapa de las guías de viaje ni para ningún autobús, sencillamente no tiene precio.

Teniendo en cuenta que yo nunca había cogido una moto antes de ir a Bali, fue una proeza considerable. Si además os digo que lo hice apenas con un tosco mapa dibujado en un trozo de papel y cuatro palabras de indonesio, entonces la odisea adquiere ya tintes homéricos. Mi vocabulario de náufrago sobre ruedas constó apenas de cuatro palabras:

- di mana? (¿dónde?)
- kirring (recto)
- kiri (izquierda)
- kanan (derecha)

El primer kilómetro con la moto fue tan torpe y tambaleante como los primeros pasos de un cervatillo que estira las piernas por primera vez. Me detuve antes de salir de la ciudad para armarme del combustible vendido por una amable señora en botellas de Absolut Vodka junto al arcén. Aproveché para preguntarle por la dirección que debía seguir, y me lancé a la búsqueda del primer pueblo de mi itinerario. Siguiendo su “Kirring, kirring, kanan” (recto, recto, derecha) dejé Ubud, y me adentré en el terciopelo de brillante verde esmeralda que es el campo balinés. 

Una "gasolinera" balinesa

Fue el primer día que vi el campo en todo su esplendor: campos interminables de arroz protegidos por espantapájaros y cometas, frondosos bosques de bambú en los que se adentraba el camino, templos de roca volcánica con pequeños monos jugueteando en sus muros... todo ello salpicado con pequeños poblados aquí y allá donde los campesinos viven como antaño, siguiendo los ritmos del campo y ajenos a Kuta o las recomendaciones de la Lonely Planet.

La selva esconde sorpresas

En uno de estos pueblos me detuve para visitar el mercado y me armé de una buena provisión de ofrendas que poner en mi moto a modo de protección. “¡Haces como nosotros!” aprobó un anciano, a la vez que me sonreía entornando los ojos. Conversé con él un par de minutos (todo lo que me permitía mi vocabulario de indonesio) y me despedí con un sonoro “Sampai jumpa!”. Comprar varias ofrendas demostró ser muy buena idea, pues en varias ocasiones, tras detener la motocicleta, pude comprobar como la caja con las flores y la galleta destinada a los dioses se había volado por el camino. ¡No quiero ni pensar qué me podría haber ocurrido de no tener una ofrenda protectora de repuesto!

Seguridad vial balinesa

Una curiosidad de Bali es que las carreteras que cruzan la isla son todas de Norte a Sur. Los pliegues en la orografía hacen casi imposible hacer carreteras que no sigan las laderas de los volcanes que arrugan la superficie de la isla. Por ello, un desplazamiento Este-Oeste que pueda parecer corto en un principio, es posible que simplemente no pueda realizarse si no es yendo hasta la costa (o la caldera del volcán) y volver siguiendo otra carretera que discurre prácticamente en paralelo a la original.

¿Este-Oeste? No way!

El día pasó fantásticamente visitando templos en medio de la jungla como sacados de una película, volcanes donde las calderas de magma habían sido sustituidas por la superficie estañada de un lago y poblados tradicionales con gente sencilla y de risa fácil.

Apuré demasiado el día para ir a Gianyar, famoso por tener uno de los mercados nocturnos más famosos de Bali y el mejor babi guling de la isla. No sólo la comida es fabulosa en los mercados nocturnos, sino que pasearse por semejante hormiguero de puestos ambulantes es un espectáculo fascinante en sí mismo. Los puestos de ofrendas se mezclan con los puestos de bakso (fideos con albóndigas) de dueños musulmanes, las brasas donde se asan los pinchos de carne (que después se sazonarán con salsa sambal picante y saté de cacahuete), el plátano frito, las verduras al vapor... es como atravesar un huracán de olores, especias y sensaciones. Uno se siente casi obligado a parar en cada esquina a comprar un pinchito ahora, un CD de música luego o un popular postre llamado es campur (“hielo mezclado”). El es campur consiste en hielo rayado con gominolas, tiras de coco y sirope o caramelo. Desde luego, no es un postre apto para diabéticos.

Realmente apuré mucho el día, porque me dejé llevar por esta sinfonía para los sentidos que es el mercado nocturno, hasta bien pasada la puesta del sol.

Puesto tradicional de comida, Gianyar.


A pesar de la oscuridad de la carretera y del endiablado tráfico que no había sufrido de día, de alguna forma conseguí volver hasta Ubud. Lo pude hacer gracias al sentido de la orientación y, sobre todo, la intuición: acerté en imaginar en las bifurcaciones que aquel ramal que lleva más tráfico es el que se dirige a la ciudad más importante.

Cuando me disponía a cruzar los arrozales para llegar a mi pequeño bungalow, me di cuenta que había olvidado la linterna. Así como perderme por la isla me permitió descubrir lugares y personas que de otra forma nunca habría llegado a conocer, el olvido de la linterna me permitió ver el espectáculo del baile de luciérnagas que se coreografió a mi alrededor. Nunca las contrariedades tuvieron mejores recompensas como ese día en Bali.

Mi dulce monita Sinta roncaba suavemente en su rama cuando crucé el jardín camino de la cama. “Ahora sí” - pensé. “Ahora que he mirado a Bali a los ojos, creo que estoy listo para marchar”. Esa noche decidí marchar hacia Komodo.

domingo, 3 de febrero de 2013

Bam e Ibrahim


Bam se despliega por el desierto como una ciudad del Oeste. Un trazado de calles rectas y ortogonales, espaciosas y anchas. El terremoto la asoló, y destruyó la mayoría de sus casas (desde luego, todas las de adobe). Las nuevas son más resistentes, modernas y frías. Asépticas, nunca de más de dos pisos. El terremoto no sólo destrozó la ciudad, sino también su futuro. Caída la ciudadela de Arg-e Bam, desapareció su atractivo al turismo.

De igual forma, parece una ciudad casi abandonada. Muy poca gente camina por la calle, si bien es cierto que durante el día ésta es una tarea titánica. El calor seco golpea como un mazazo que impide al cerebro pensar en otra cosa que sea buscar líquido y refugio. Tal fue el calor, que se me agrietaron los vidrios de las gafas. Al atardecer y comenzar la noche, la ciudad cobra vida y la gente se atreve a ocupar las aceras y restaurantes, felices de aprovechar el respiro que les da el ocaso.

Nos hospedamos en un pequeño hotel regentado por Ibrahim, un encantador anciano que pasó ya hace tiempo los setenta años. Ibrahim es atento, tierno y muy culto. Ha viajado por medio mundo, y recuerda fielmente los lugares que visitó. Tiene ese tipo de carácter que te hace estar con una continua sonrisa en su presencia. Bailotea cuando camina de un sitio para otro de su hotelito, vacío y sin huéspedes a excepción de nosotros y una misteriosa amiga que ha venido a visitarlo. Nos cuenta cómo quedó enterrado en el hotel durante horas cuando el terremoto y cómo sacó a su mujer de las ruinas de su propia casa. Ahora está divorciado, aunque tiene planeado casarse de nuevo. “Aún no, en unos cinco años. No tengo prisa. Aunque tengo claro que no hay nada más dulce que el amor de una mujer, ¿cierto?”, nos dice antes de ponerse de pie y marcarse unos pasos de baile.

En cierta manera, la historia de Ibrahim me recuerda a la de la propia Bam. Su hotel abandonado y su vida solitaria acompañan el destino de la ciudad, otrora más brillante. Aún así, la felicidad inquebrantable por el presente y la ilusión por un futuro mejor, son la energía que lo mueven a levantarse y sonreír a cada nuevo día, cada nueva oportunidad de hacer las cosas bien.