lunes, 13 de mayo de 2013

Regreso a Habana

Habana nos recibe con los brazos abiertos. Han pasado ya casi cinco años desde que me dejé llevar, como el que se abandona a las olas, por sus ritmos, su calor, su alegría, sus contradicciones…

Pero Habana no permanece estática como una montaña, es más bien como un bosque. Vive, respira, crece, transmuta. Siento que cada vez que vaya la veré distinta: más moderna, más viva; para bien o para mal, diferente. Pero siempre cubana, porque la “cubanidad” no reside en los viejos edificios sin pintar o las reliquias de sus coches . Eso se lo dejamos a los turistas que buscan agujeros de bala cuando visitan Shaigon o la foto sobre un camello en Giza, ansiosos de estereotipos que mostrar a su vuelta cual trofeos. Aunque parte de La Habana se rejuvenezca y se engalane, su carácter pervive.

La Habana Vieja ha recuperado un eje que la atraviesa (Obispo-Plaza de Armas-Mercaderes-Plaza Vieja), irreconocible hace cinco años. Totalmente renovado, salpicado de tiendas y restaurantes con espectáculo en vivo, uno puede pasear como por la Rambla barcelonesa, viendo pasar las diferentes escenas del teatro que le tienen preparado al visitante. Pero, fuera de los focos de este escenario, la vida sigue en ese gran teatro que es Habana.

El bullir de las aceras llenas de personas ávidas de calle, los niños jugando a pelota (béisbol), los viejos machacando sus dominós alrededor de una mesa, el caminar rumboso de las muchachas, la música omnipresente como el propio aire (e igual de necesaria para los cubanos) y la azarosa búsqueda continua del cubano, bien de un taxi, una docena de huevos o de un zapatero. Siempre buscando, siempre encontrando. Esta búsqueda se nos hace agotadora a los que venimos de países sencillos, donde para ir de un punto A a otro B, siempre hay una línea coloreada que los conecta, y donde para cada producto que necesitamos hay una tienda especializada a donde acudir. Aquí las cosas no funcionan así. Pregunta, camina, busca, espera un autobús sin número que se detiene en una parada inexistente (que aún así es conocida por todos), acaba comprando una tarjeta telefónica en una panadería que no es más que una ventana abierta en una casa sin cartel alguno que la anuncie, pregunta al zapatero de la esquina quien llamará a su vecino el cual tiene un carro con el que te llevará al aeropuerto… todo se encuentra, todo se arregla, sólo que los canales de información nos son completamente extraños y, frecuentemente, extenuantes. ¡Qué le vamos a hacer! Estamos acostumbrados a la comodidad de la inmediatez.


Centro Habana


El cuentapropismo ha modificado el comercio, por otra parte ya existente anteriormente, “por la izquierda”, como dicen allí. La ley estricta crea las ilegalidades, que decía Raúl, y ahora que se han flexibilizado ciertas leyes, muchos empleos clandestinos afloran legalmente. Aquí te empujo un carrito vendiendo piñas, allá vendo DVD en la puerta de mi casa, aquél rellena mecheros y el otro vende repuestos de coche junto con porciones pizzas. El cubano lleva toda la vida “arreglando” (buscándose la vida), así que ideas e iniciativa nunca le han faltado. 

Ahora, muchas calles del centro rebosan de estos pequeños sueños colectivos, llamados negocios familiares. Unos prosperarán, otros se quedarán el camino. Pero independientemente de dónde acabe su quimera, el habanero seguirá caminando tranquilo por las calles de la ciudad que ama, tranquilamente... buscando.