viernes, 21 de diciembre de 2012

Llegada a Irán

Ha pasado mucho tiempo desde la última entrada, debido a que he estado realmente ocupado estos meses trabajando, sin tiempo para mí. Voy a ponerme al día con las entradas del viaje a Irán, antes de que se me olvide completamente.
Para empezar ,voy a aprovechar alguno de los correos que escribí estando allí. Lamento no haber tenido el tiempo de pasar más tiempo escribiendo durante el viaje, pues realmente siento que los detalles y sensaciones que escribí en los correos se han ido difuminando con el tiempo.

Bazar de Teherán

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Hola de nuevo,

Hoy es fiesta nacional en Irán. Se conmemora la muerte de Alí, el sucesor de Mohammed según los chiítas (mayoritarios en Irán). Todo esta cerrado, así que puedo aprovechar para escribir desde casa de un nuevo amigo.

Aún no he empezado a ver las partes mas turísticas de Irán, pero el viaje está resultando de lo más interesante, especialmente por la sociedad y la cultura iraní. Desde que dejé Kapadokya y entré en el Kurdistán que no he visto ni un solo occidental, ni en los hoteles ni en los lugares a visitar. De hecho, la gente me mira extraña y me pregunta, “qué haces aquí?”

En el mail anterior sobresimplifiqué el que las mujeres llevan velo. Todas van cubiertas, alguna con hiyab (que cubre la cabeza, aunque pueden llevar parte del pelo fuera) aunque muchas de ellas, la mayoría, llevan chaddor. El chaddor es una pieza de ropa negra que les cubre de la cabeza a los tobillos. La primera impresión de caminar por la calle es sobrecogedora. Aunque he de reconocer que esta prenda ejerce el efecto contrario sobre mí, pues me genera una curiosidad irresistible por mirarles la cara. La elección de llevar hiyab u chaddor es de las propias mujeres. Así, es fácil ver como en una familia la madre lleva un chaddor negro, mientras que la hija lleva un hiyab junto con vaqueros. Sin embargo, me da la impresión que hay cierta presión social para llevar chaddor, no me explico sino lo predominante del negro.

Los iraníes están deseosos de hablar conmigo sobre política y religión (no hay ningún tabú como erróneamente leí). También de mostrarme sus poco islámicas aptitudes. Los jóvenes no siguen el Ramadán, beben alcohol cuando pueden (comprado en el mercado negro) y suspiran por un cambio de la situación del país. Es normal, cuanto más se les obliga a hacer algo, mayor resistencia oponen a ello. Me cuentan que cuando se prohibió el hiyab en la época del Sha, más mujeres decidieron usarlo. En casa no tienen por qué cubrirse, aunque si hay visita dependiendo de si ésta es más o menos conocida se cubrirán o no. Por ejemplo, anoche la madre del amigo que me invitó a cenar a su casa, llevaba hiyab, pero cuando se preparó para salir a la calle, lo cambió por un chaddor negro.

Cena tradicional de Ramadán en familia


Me sorprendió mucho ver a una mujer sacarse un pecho en público para dar de mamar a un bebé, en una estación de autobuses. Pensé que eso estaría prohibidísimo, pero me han comentado que es normal. Recuerdo haber visto a una chica dentro de su casa en pantalón corto, camiseta y sin velo; y después de varios días viendo sólo mujeres con chaddor, reconozco que sentí como si la estuviera viendo semidesnuda.

Incluso la gente mayor con la que he hablado le gustaría que cambiaran las cosas aquí. También es cierto, que sólo puedo comunicarme con la gente que habla inglés, con mayor educación y por tanto tienen una visión más abierta del mundo. Con la gente de creencias más tradicionales no me es posible comunicarme. Sólo he encontrado un soldado que me comentaba lo bueno que había sido Khomeini para Irán.

(Edito: en realidad, más adelante fui encontrándome gente de todas las posturas políticas: partidarios del gobierno, seguidores de Khomeini… lo cual me confirmó que la realidad iraní es más compleja de lo que en un principio se puede observar. La posición social y, sobretodo, económica son factores que observé definían las opiniones políticas de los iraníes. Por ejemplo, aprecié que el presidente Ahmadinejad tiene una mayor aceptación entre la gente más humilde).




Es sorprendente ver cómo los ingleses y los americanos emiten muchas emisoras traducidas al farsi vía satélite, como forma de propaganda e información alternativa. Se puede encontrar la BBC en Farsi, National Geografic en Farsi, etc. Dado que no sacan beneficios comerciales de ello (Irán tiene bloqueo comercial y por tanto no pueden comprar ningún producto que se anuncie en estas cadenas) sospecho que hay una motivación y financiación política para traducir canales enteros al farsi y enviarlos vía satélite "a cambio de nada". Imagino que las noticias también llegarán “tamizadas”.

El ambiente resulta por momentos orwelliano, El gobierno dice orgulloso que ha bloqueado 10 millones de paginas web, y desde luego Facebook, o las páginas de noticias (incluso periódicos españoles) están bloqueadas. La mayoría de iraníes acceden a Internet a través de un proxy de pago que les permite saltar las restricciones del gobierno, aunque algunos dicen que también está controlado por el gobierno y es una mera forma de enriquecerse a través del método de saltarse la censura.

Irán es una teocracia y tiene un doble gobierno, uno político y otro religioso. De igual forma, hay dos policías, siendo la policía religiosa la encargada de asegurarse que se cumplen las normas islámicas (por ejemplo, el Ramadán). Hoy vi un par de personas en una moto con un Kalashnikov que mis amigos reconocieron como policía religiosa. Me comentaron que el día anterior detuvieron a un amigo suyo por permitir comer en su restaurante durante el día. La sensación general es que la gente vive a pesar de las restricciones del gobierno civil y el gobierno religioso. La vida pública y la vida privada están diferenciadas y se siente un mundo de subversión latente.

Una de las cosas que más sorprende es la hospitalidad iraní. Todos los días conozco gente, intercambio direcciones y teléfonos y recibo invitaciones. Todos los días, sin excepción, he sido invitado a comer o beber varias veces por iraníes, los cuales se niegan en rotundo a que ni siquiera saque la cartera del bolsillo.

A modo de ejemplo, voy a relatar lo ocurrido en un único día:
- Al llegar a mi destino, al preguntar por dónde comprar el billete una pareja me acompaño y preguntó por mí. Finalmente tenía que comprar un billete en una estación distinta, así que primero me ayudaron a pedir el taxi. Finalmente se ofrecieron a llevarme en coche a la estación de tren. Una vez allí, pidieron el billete, y me lo pagaron! (un billete de media distancia equivalente a un Valencia-Tarragona).
- Estando en un web café, el dueño me informó que iba a cerrar (porque era la hora de cenar después de Ramadán). Cerró un poco más tarde por mí, con una sonrisa me dijo que no me cobraba nada (porque no había llegado a consumir una hora) y me regaló una manzana. Simplemente comparad cuál sería la reacción del dueño español de una tienda que tiene que cerrar más tarde para irse a cenar porque hay un marroquí tardón… , especialmente si se piensa que se iba a comer después de 16 horas de ayuno.
- Al salir a la calle, me puse a conversar con unos chicos, uno de los cuales me invitó a cenar a su casa con su familia. La cena post Ramadán fue toda una experiencia. Hoy me han estado acompañando todo el día y esta noche me llevan a cenar a casa de su abuela, comida iraní tradicional.

Cuando vives situaciones así, te avergüenzas de cómo se trata frecuentemente a los extranjeros en Europa y España.


Ardabil


La gente es amabilísima, y muy curiosa sobre mi opinión sobre Iran. Les duele la imagen de terroristas y extremistas que se tiene de ellos en el mundo, y de verdad que Irán es un país normal, con gente más que normal, extraordinaria. Pensé que encontraría más partidarios del gobierno y creyentes más firmes del Islam, pero de hecho los veo menos religiosos que en Marruecos o Egipto, por ejemplo. El bloqueo, al igual que en Cuba, vuelve a ser una lacra que se ensaña con la población y especialmente con los más desfavorecidos y no el gobierno o las élites. La inflación en el país es galopante (aunque los precios siguen siendo bajos) y cada vez es más caro comprar cosas importadas (que llegaran de forma legal, aunque rompiendo el bloqueo). Curiosamente, a pesar del bloqueo, Coca-Cola tiene una embotelladora en Mashad, una de las ciudades más religiosas y tradicionales de Irán. El negocio es el negocio, supongo.

Los iraníes confían en que las cosas cambien internamente, también creen en que no se convertirán en un nuevo Irak, ya que el país es muy diferente. No ocupan mucho tiempo en pensar sobre las amenazas de bombardeo americano/israelí pues sino “anularía mi vida y no podría vivir el día a día”, en sus propias palabras.

Mañana saldré para Mashad, que es una ciudad de peregrinación y en Ramadán debe ser muy interesante. Me han comentado que estoy en "la parte fresca de Irán” así que los próximos días pueden ser más exigentes.

Zanjan, 10 Agosto 2012

خداحافظ

domingo, 14 de octubre de 2012

Kapadokya



Goreme recibe al viajero como la mayoría de centros turísticos de primer nivel: mucha infraestructura turística y ambiente combinado de mochileros y tours turísticos. Tiene esa atmósfera de gran escenario y a la vez de estación de servicio donde encontrar todo lo que el viajero necesita antes de un día vagabundeando. Es el mismo ambiente que se respira en Siem Reap, Wadi Musa o Luang Prabang. Restaurantes, hoteles, acceso a Internet, agencias de viajes, alquiler de caballos, quads y las omnipresentes ofertas de viaje en globo por Kapadokya.







Decido ver Kapadokya desde tierra (“oh! pecado! No vas a hacer el viaje en globo?”). Cierto es que debe ser bonito verlo desde el aire, pero me parece que hace tiempo se pasaron del límite de lo razonablemente caro, a lo exageradamente ridículo. Por el precio de una hora en globo con 20 desconocidos me pasé dos días buceando en Komodo (barco, comidas y dragones incluidos).








Escojo visitarla en una moto alquilada, y es que Kapadokya no es un parque, es toda una región salpicada de pequeños pueblos, donde los locales intentan seguir sus vidas dedicadas a la agricultura. Los grupos de turistas se limitan a visitar los lugares marcados como “interesantes” que en realidad es donde están todas las tiendas de souvenirs o son meros recintos vallados donde cobran por entrar.





Fuera de los lugares más populares, se puede pasear tranquilamente por los valles, mágicos, multicolores y de formas caprichosas, prácticamente en soledad. Hay muchas casas abandonadas, excavadas en la roca, testigos mudos de un pasado en el que los habitantes de esta región vivían en cuevas y ciudades subterráneas para protegerse de otros hombres. Pienso en la paradoja de que el hombre debe ser, probablemente, el único animal que es el mayor enemigo de sí mismo.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Hagia Sophia


He de reconocer que no soy apasionado de la arquitectura turca. Las mezquitas turcas no me resultan excitantes; carentes de la belleza geométrica de las marroquíes, la proporción egipcia o la serenidad y grandiosidad iraníes.

Sin embargo, Hagia Sophia es, sin lugar a dudas, el lugar más sobrecogedor de Estambul. Me contenté los primeros días simplemente viéndola desde el exterior, disfrutando, reservándola, como quien le da vueltas al trozo de pastel en el plato antes de decidir a probarlo. También estaba planeando cuándo sería el mejor momento para visitarla. Hasta en dos ocasiones llegué a la puerta y no me decidí a entrar. En la primera, me aseguré de ir de buena mañana. Sin embargo las largas colas de turistas ruidosos que salían como una estampida de búfalos cruzando el Serengueti, me auguraron un visita más bien poco contemplativa. La segunda vez, la luz, mortecina y grisácea en aquella tarde, me hacía imaginar el interior triste y apagado.



Así que seguí paseando hasta conocer Estambul en el exterior, y así decidir cuando visitar su corazón por dentro.

Finalmente me adentré en una clara tarde, para coincidir con la tranquilidad del cierre de las puertas y la luz dorada que calculé en su mejor momento alrededor de las seis de la tarde.

La primera vez que estuve en Hagia Sophia (Santa Sabiduría, en griego), recuerdo haber pensado que algún día volvería para poder verla con tranquilidad. Y esta vez, no me faltó. Lo primero que impresiona de Hagia Sophia son sus dimensiones. Grandiosos pórticos y corredores dan entrada a la nave principal. Uno se siente empequeñecido ante la fabulosa dimensión de los techos y las puertas o el grosor de los muros. En cierta manera es como volver a la infancia: o nos hemos encogido nosotros o es que el mundo ha crecido.



Al cruzar la entrada, llegamos a la gran nave central. Es bella más allá de lo que es, de lo que no es. El desahogo, el inmenso vacío que proyectan los muros y la gran bóveda en ese gran espacio diáfano. Las paredes desconchadas y los mosaicos incompletos, te ayudan a volver situarte en su origen, la gran iglesia romana levantada hace diecisiete siglos. Aquí se muestra el estilo bizantino en su máximo esplendor: las cúpulas arracimadas, los iconos de mosaicos dorados o las grandes figuras aladas de ángeles que rodean la cúpula en su interior. Sobre la iglesia, los recuerdos de uso como mezquita: los grandes medallones instalados por el sultán Abdülmecid o el mihrab que rompe la simetría ortogonal del resto del edificio para poder orientarse hacia la Meca dentro de un edificio que no lo está.












La mayoría de la gente que había se fue marchando y quedamos unos pocos afortunados tras el cierre de las puertas, disfrutando del momento en que la luz dorada del atardecer comienza su recorrido final, lamiendo las paredes de forma cada vez más oblicua. El gran espacio se sume en las sombras solamente rotas por estos estandartes de luz y el tenue brillo de las miles de candelas de las grandes lámparas que, traídas del saqueo de Budapest, cuelgan ahora de lo alto de la gran bóveda.



Es en esos momentos de penumbra y silencio cuando te puedes sentar en el suelo, sentir como tus pensamientos se desvanecen y simplemente vivir el momento presente, en paz.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Estambul


Estambul se despliega sobre el Bósforo como un gran hormiguero que abarca toda la tierra hasta el borde mismo del agua. La verdad es que todos los tópicos que se le suponen se cumplen a la perfección: la puerta de oriente, la ciudad de las mil mezquitas, la gran capital a caballo entre dos continentes… Lo cierto es que el centro de Estambul es una ciudad europea muy extensa, aunque en lugar de las ruinas romanas que pueblan las ciudades italianas, está salpicada aquí y allá por las cúpulas y minaretes de las mezquitas otomanas. Vibran sus calles de aromas, músicas y el ajetreo de catorce millones de habitantes de todos los lugares del mundo, y en especial de oriente medio. Uno siente por primera vez que, aunque tan moderna como cualquier otra ciudad, el viajero ya ha salido de la atmósfera occidental, si sabe donde buscar y dónde dirigir la mirada. 




El centro turístico, con casi todos sus grandes monumentos, respira un ambiente de souvenirs y turistas, similar al centro de cualquier capital europea; aunque es cuando nos perdemos a las orillas del Bósforo o allí donde las calles recuerdan más al Raval que a la Rambla, cuando empezamos a saborear lo que Estambul puede ser y no cambiará por muchos Zaras que se abran en los barrios modernos: los pescadores pueblan los puentes con sus estandartes plateados, los miles de barcos que cruzan el Bósforo camino del Mar Negro o la amplia perspectiva del cuerno dorado aquí o de Asia allá, según a donde dirijamos nuestra mirada. 



Por primera vez en el viaje escucho la llamada del muecín resonando en la habitación del hotel, apenas unas manzanas alejado de la mezquita. El volumen era descomunal, hasta el punto de hacer saltar la alarma de un par de coches en la calle. 
Habiendo visitado Estambul con anterioridad, me doy el lujo de vagabundear por la ciudad del Sultán y visitar sin presión los lugares que ya conozco. El ambiente nocturno es fresco y amable, con familias enteras reunidas en el jardín situado entre Aya Sofia y la Mezquita Azul para celebrar el fin del ayuno diario del Ramadán compartiendo el iftar. El Islam en Estambul es relajado y no excesivamente seguido, así que la celebración nocturna no se convierte en una transformación de la ciudad como observaré más adelante en Irán. 

Con todo, siento que el viaje aún no ha comenzado. 
  

domingo, 9 de septiembre de 2012

Atenas: crisis a la mediterránea


Mi primera parada camino de Irán es en Atenas, la eterna acrópolis. Hago un poco de couchsurfing que me permite conocer a un par de griegos, diferentes, pero muy mediterráneos los dos. Stefanos es en realidad chipriota, ex jugador de baloncesto profesional, alto y con sonrisa segura de “latin-lover”. Mi segundo anfitrión, no puede tener un nombre más griego: Nikos Poulopoulos, tranquilo, gran cristiano ortodoxo, vive con sus padres, hace la cruz antes de comer o pasar por en frente de una iglesia y tiene muchas ganas de enseñarme la cultura griega y su comida. En acompañarme y mostrarme los lugares donde comer la fabulosa comida griega coinciden los dos, en eso y en su desconfianza por los turcos (no en vano, Grecia y Turquía tienen una relación de disputas de miles de años). El carácter mediterráneo es evidente y es muy fácil entenderse con ellos.

La comida es sencilla, muy mediterránea (obviamente) y de una calidad de sus ingredientes que deja anonadado. Incluso a un español le hará sonrojar el sabor de los tomates y el aceite de oliva que tomará en Grecia. Una costumbre que se mantiene es la de obsequiar al cliente con un buen vaso de agua fría nada más sentarse, recuerdo de la hospitalidad que se tenía antaño con los cansados y polvorientos viajeros y comerciantes.

Nikos, tzatziki, ensalada griega y queso frito.

Grecia fue el primer lugar donde viajé de mochilero, y una de mis primeras pasiones de pequeño. Recuerdo acostarme de niño, leyendo un gran libro de los mitos griegos, con todas las historias del Olimpo, sus tragedias de dioses, semidioses y mortales. Sigo sintiendo esa misma admiración que sentí la primera vez que pisé la tierra donde surgieron los mitos y cuna de la civilización occidental.

Esperaba llegar a una Atenas herida en su orgullo, con claras cicatrices de la crisis económica visibles por las calles. La palabra crisis tiene su origen etimológico del griego κρίσις viniendo a significar separar, distinguir, juzgar; enfatizando su aspecto cualitativo que se aplica a un veredicto positivo, o comúnmente, negativo que condena la naturaleza del pecado que la originó. Así pues, esperemos que esta crisis sirva (y no sólo en Grecia) para depurar y desterrar estos pecados de corrupción y avaricia que nos están arrastrando a lo más profundo en todos los países de la cuenca mediterránea.

Sin embargo, la crisis me resultó invisible en los tres días que estuve en Atenas. El centro está lleno de bares modernos donde los jóvenes salen a beber cocktails y se ven las mismas tribus urbanas de “modernitos” que se pueden ver en Barcelona con sus piercings, tatuajes, flequillos tontos y miradas altivas. Incluso la plaza Syntagma, epicentro de las protestas contra las apretadas de cinturón gubernamentales, allá donde se suicidó un jubilado por no tener nada que comer, donde la lluvia de cockteles molotov calló sobre la policía... se veía sin ningún rastro de protesta o lucha social, ni pancartas, ni pintadas, ni chiringuito de protesta. La gente cruza indiferente, mientras cuatro patinadores intentan hacer en vano sus peripecias con los monopatines como si nada hubiera acaecido allá.

Aunque ni Nikos ni Stefanos están sufriendo la crisis, es un tema obligado de conversación. Grecia sufre, sin embargo la gente no lo muestra en sus rostros. No se ven caras largas como en la Europa del Este, los griegos mantienen su buen humor y se los ve pasear por las calles más comerciales de la capital (según me comentan, más mirando que comprando).

De Atenas simplemente visito el centro, la Acrópolis y su fantástico nuevo museo. El contenido y el continente se funden en un todo inseparable en éste último. De dimensiones similares, misma orientación que el Partenón, y cruzado por el mismo número de columnas, se pueden observar los bajorrelieves en la misma posición y con la misma luz que recibieron durante milenios. ¿Dónde van a estar mejor los frisos del Partenón que allí?



Nikos me acompaña al fascinante museo nacional con su coqueta colección clásica. Es un museo pequeño, acogedor y repleto de piezas que hemos visto en nuestros libros de historia o filosofía. La máscara de Agamenón o una estatua de Zeus lanzando sus rayos traen del recuerdo esas imágenes que vi en la escuela. Allí puedo observar por primera vez el mecanismo de Anticitera, considerada la primera computadora de la historia. Data del año 87 antes de Cristo y fue encontrada entre los restos de un naufragio, dos mil años durmiente bajo los reinos de Poseidon. El mecanismo permite calcular las fechas de eventos astronómicos como eclipses y movimiento de los astros e hizo falta prácticamente un siglo para comprender completamente su funcionamiento. Es tal, que en la historia no se encuentran artefactos de complejidad similar hasta mil quinientos años después, con la aparición de los relojes mecánicos en Europa.

Mecanismo de Anticitera.

La última noche salgo con Nikos junto al mar y nos deleitamos con una ovípara cena. Hristo, un amigo de Nikos, ejemplifica el carácter griego frente a la crisis. Está más cerca de los veinte que de los treinta, lleva un año y medio en paro y ya está pensando en salir del país. Sin embargo esto no le impide gastarse nueve euros una cerveza de importación. ¡Quién sabe cuando volveré a Grecia y si su situación económica habrá cambiado! Sólo espero que esa cultura y carácter milenario que corre por sus venas, se mantenga intacta hasta mi próxima visita.  

miércoles, 21 de marzo de 2012

La riqueza del hombre


Rousseau escribió que para aumentar la riqueza del hombre se tenía que, o bien incrementar sus posesiones, o reducir su deseo por nuevas posesiones. Es aquí donde la filosofía de las culturas occidental y oriental se diferencian más y escogen caminos distintos para intentar llegar al mismo fin.

Así, en las sociedades occidentales se intenta lograr “la riqueza” a través de aumentar la cantidad de cosas que poseemos, intentando así obtener la perfecta felicidad consumista. Sin embargo, es una batalla perdida de antemano: el capitalismo, la cultura y medios occidentales nos incitan continuamente a tener un mayor deseo por cosas nuevas. De esta forma nunca hay, ni habrá, suficiente. Jamás llegaremos a ese punto anhelado de “ahora tengo todo lo que necesito para ser feliz”. La obsolescencia programada y la necesidad de actualizar todo lo que poseemos, nos azuzan con un deseo inalcanzable. Así seguimos en nuestra pequeña rueda de trabajar más, para tener y gastar más y acabar viviendo menos, cual pequeño roedor en su jaula.

Muchas de las filosofías orientales han buscado la aproximación opuesta. Reducir el deseo nos ayudará a ser felices con lo que tenemos. Queda resumido en las enseñanzas que el Buda dio en Bodhgaya, en la India (“El deseo provoca sufrimiento”) y el ejemplo de los monjes que buscan seguir sus enseñanzas: la renuncia al deseo, posesiones y expectativas.

Es por ello, que es fácil descubrir a mucha gente en Asia feliz con lo que tiene, por poco que sea. Te sonríen amablemente o simplemente te contemplan desde su silencio piramidal.

“El pasado no volverá. El futuro nunca llega. La vida es un eterno presente.”

lunes, 27 de febrero de 2012

India, ese viejo conocido?


Debe ser imposible no tener una idea de qué es India aunque no se haya pisado nunca el subcontinente. Hay algo de místico y de temor sobre este país que a todos los viajeros deja en estado de excitación. Algo es cierto, y es que las opiniones de los viajeros suelen estar totalmente polarizadas y, por lo general, son bastante ardientes.

Por una parte tenemos los viajeros que de la India sólo te mencionan miseria y suciedad. Algunos de ellos fueron para un mes, y pasados diez días marcharon a Nepal o Maldivas porque se les hacía insoportable la estancia en un país lleno de olores y experiencias desagradables. Jamás volverán, dicen, aunque se les regale el pasaje.

Por otra, los viajeros cuya estancia en la tierra que vio nacer tantas religiones les cambió la vida para siempre, lo mencionan como una experiencia mística y volverían una y mil veces, renaciendo y rebrotando de sí mismos cada vez que vuelven.

La única cosa que pensé sería segura, es que sería una experiencia extrema; buena o mala, pero nunca tibia. Y cierto es que me equivoqué de lleno. Aparte del Taj Mahal no tenía grandes expectativas, en parte por ser el viaje con menos anticipación y preparación en el que haya embarcado nunca: me compré el vuelo una semana antes y me fui sin leerme una sola línea de la guía. Qué paradójico, tratándose de India! Quizá ya adelantaba que el viaje sería lo que quisiera ser él mismo, y no lo quisiéramos hacer nosotros de él.

Está claro que hay tantas Indias como observadores se atreven a respirar sus calles, saborear sus paisajes o recorrer sus comidas. No dejéis que os la cuenten.