miércoles, 6 de agosto de 2014

Myanmar, tui yan da wandapate (encantado de haberte conocido)

Todo es transitorio, nada permanece. El pasado nunca vuelve, el futuro nunca llega, la vida es un eterno presente. 

Myanmar es un país profundamente budista. He escogido estas enseñanzas del Dharma para comenzar a hablar de Myanmar, pues la propia experiencia de visitar el país es una gran escuela de filosofía budista. La primera vez que vi Myanmar fue en 2010 y el país era realmente “la perla por descubrir de Asia”. La antigua Birmania sufría un bloqueo económico y político que, como en tantas otras ocasiones, sólo servía para atenazar aún más al pobre, y aumentar las diferencias entre la clase dirigente (un gobierno militar) y la población, en su mayoría, miserable . Sin embargo, el bloqueo tuvo también consecuencias culturales. Myanmar era un país sin ningún tipo de influencia occidental.  Bajar del avión procedente de Bangkok, era como haber entrado en una cápsula del tiempo que nos llevara a Asia antes de la globalización. Nescafé, Coca-Cola, Samsung… todo era desconocido en Myanmar, donde apenas unos años antes ni siquiera existía una red de telefonía móvil.  
Recientemente, el régimen militar birmano aprendió la lección de la democracia occidental y convocó unas elecciones en las que los únicos partidos que se presentaron estaban formados por ellos mismos. Así, la “fiesta de la democracia” llegó a Myanmar y sus habitantes disfrutaron del mismo poder de elección del que disfrutamos nosotros: escoger quién de entre todos los partidos que representan lo mismo querían que los gobernase. “¿Que tienes hambre? Pues te dejo escoger entre todas estas opciones: McDonalds o Burguer King”. Esto se vio con regocijo desde Occidente y se levantó el embargo. 

Hoy, la cultura birmana se va horadando poco a poco del tsunami cultural que es la globalización. La forma de vestir, los lugares de comida, las formas… siguen siendo puramente birmanas, pero “lo moderno” comienza a ser las chaquetas y camisetas de la MTV en vez de los longyis, los fast foods y helados en vez de los fideos callejeros y la tendencia cool entre los jóvenes con sus teléfonos de última generación. Conocí un taiwanés que me adelantó que el país se iba a convertir en el nuevo centro industrial textil de Asia. Los fabricantes de zapatillas y balones necesitan de la miseria para poder tener mano de obra barata. Ahora dan el salto a Birmania, hasta el próximo cambio a otro país más desesperado.



Todo cambia, nada permanece. Uno peca a sabiendas que al volver al mismo país no va a repetir las mismas experiencias. Aún así, tiene la incertidumbre de saber cuánto habrá cambiado. Myanmar mira con ilusión a un futuro esperanzador, aunque incierto, y yo me alegro por ellos. Aunque me alegro también de haber podido conocer su inocencia y carácter antes de que las aguas culturales birmanas y extranjeras comiencen a abrazarse.