Casi todo el mundo que me habla de Koh Tao, lo hace utilizando en algún momento la palabra “paraíso”, especialmente los que han visitado las otras islas más turísticas del golfo de Tailandia (Koh Samui, Koh Panyang). Sin embargo, no deja de darme la impresión de que es más el deseo de estar en el paraíso y poder contarlo, que la propia sensación de estar en el Edén. A mí, de hecho, me provoca un poco de tristeza el ver el estado en que está la isla.
Koh Tao, por supuesto, fue paradisiaca y lo siguió siendo después de ser descubierta por un puñado de aventureros buceadores en los años ochenta. Si te puedes abstraer de todo el desarrollo (¿o destrozo?) humano y pasear por las zonas más perdidas de la pequeña isla volcánica puedes disfrutar de lo que fue. Placenteros prados de hierba salpicados de los más bellos cocoteros aquí y allá. Pequeñas playas de arena blanca y calas franqueadas por enormes bloques volcánicos de piedra lisa... todo está aquí para descubrir por quien tome una pequeña motocicleta y se aleje de los hoteles y de los bares cerveceros.
Sin embargo, el empuje humano ha sido muy fuerte también. Koh Tao sufre de humanidad y, en mi opinión, de un desarrollo excesivo. Demasiada gente, demasiadas construcciones y demasiados residuos salpican la isla. Koh Tao es una isla centrada en el turismo, especialmente de buceo. El buceador es un tipo de turista especialmente consciente de los problemas ambientales, porque los observa con tristeza cada día cuando se sumerge en el océano. Así que, al menos, la isla está a salvo del turismo más destructivo de fiesta, alcohol y drogas que escoge otras islas como destino de sus correrías.
La isla se encuentra en un equilibrio difícil de mantener, y parece que no crecerá mucho más. Organizaciones como “Save Koh Tao” buscan recuperar la belleza natural de la isla y sus fondos marinos para que futuras generaciones puedan seguir sintiendo que han estado por unos días en el paraíso. Espero que entre todos podamos ganar la batalla.
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