Mi primera parada camino
de Irán es en Atenas, la eterna acrópolis. Hago un poco de
couchsurfing que me permite conocer a un par de griegos, diferentes,
pero muy mediterráneos los dos. Stefanos es en realidad chipriota,
ex jugador de baloncesto profesional, alto y con sonrisa segura de
“latin-lover”. Mi segundo anfitrión, no puede tener un nombre
más griego: Nikos Poulopoulos, tranquilo, gran cristiano ortodoxo,
vive con sus padres, hace la cruz antes de comer o pasar por en
frente de una iglesia y tiene muchas ganas de enseñarme la cultura
griega y su comida. En acompañarme y mostrarme los lugares donde
comer la fabulosa comida griega coinciden los dos, en eso y en su
desconfianza por los turcos (no en vano, Grecia y Turquía tienen una
relación de disputas de miles de años). El carácter mediterráneo
es evidente y es muy fácil entenderse con ellos.
La comida es sencilla, muy
mediterránea (obviamente) y de una calidad de sus ingredientes que
deja anonadado. Incluso a un español le hará sonrojar el sabor de
los tomates y el aceite de oliva que tomará en Grecia. Una costumbre
que se mantiene es la de obsequiar al cliente con un buen vaso de
agua fría nada más sentarse, recuerdo de la hospitalidad que se
tenía antaño con los cansados y polvorientos viajeros y
comerciantes.
Nikos, tzatziki, ensalada griega y queso frito.
Grecia fue el primer lugar
donde viajé de mochilero, y una de mis primeras pasiones de pequeño.
Recuerdo acostarme de niño, leyendo un gran libro de los mitos
griegos, con todas las historias del Olimpo, sus tragedias de dioses,
semidioses y mortales. Sigo sintiendo esa misma admiración que sentí
la primera vez que pisé la tierra donde surgieron los mitos y cuna
de la civilización occidental.
Esperaba llegar a una
Atenas herida en su orgullo, con claras cicatrices de la crisis
económica visibles por las calles. La palabra crisis tiene su origen
etimológico del griego κρίσις viniendo a significar separar,
distinguir, juzgar; enfatizando su aspecto cualitativo que se aplica
a un veredicto positivo, o comúnmente, negativo que condena la
naturaleza del pecado que la originó. Así pues, esperemos que esta
crisis sirva (y no sólo en Grecia) para depurar y desterrar estos
pecados de corrupción y avaricia que nos están arrastrando a lo más
profundo en todos los países de la cuenca mediterránea.
Sin embargo, la crisis me
resultó invisible en los tres días que estuve en Atenas. El centro
está lleno de bares modernos donde los jóvenes salen a beber
cocktails y se ven las mismas tribus urbanas de “modernitos” que
se pueden ver en Barcelona con sus piercings, tatuajes, flequillos
tontos y miradas altivas. Incluso la plaza Syntagma, epicentro de las
protestas contra las apretadas de cinturón gubernamentales, allá
donde se suicidó un jubilado por no tener nada que comer, donde la
lluvia de cockteles molotov calló sobre la policía... se veía sin
ningún rastro de protesta o lucha social, ni pancartas, ni pintadas,
ni chiringuito de protesta. La gente cruza indiferente, mientras
cuatro patinadores intentan hacer en vano sus peripecias con los
monopatines como si nada hubiera acaecido allá.
Aunque ni Nikos ni
Stefanos están sufriendo la crisis, es un tema obligado de
conversación. Grecia sufre, sin embargo la gente no lo muestra en
sus rostros. No se ven caras largas como en la Europa del Este, los
griegos mantienen su buen humor y se los ve pasear por las calles más
comerciales de la capital (según me comentan, más mirando que
comprando).
De Atenas simplemente
visito el centro, la Acrópolis y su fantástico nuevo museo. El
contenido y el continente se funden en un todo inseparable en éste
último. De dimensiones similares, misma orientación que el
Partenón, y cruzado por el mismo número de columnas, se pueden
observar los bajorrelieves en la misma posición y con la misma luz
que recibieron durante milenios. ¿Dónde van a estar mejor los
frisos del Partenón que allí?
Nikos me acompaña al
fascinante museo nacional con su coqueta colección clásica. Es un
museo pequeño, acogedor y repleto de piezas que hemos visto en
nuestros libros de historia o filosofía. La máscara de Agamenón o
una estatua de Zeus lanzando sus rayos traen del recuerdo esas
imágenes que vi en la escuela. Allí puedo observar por primera vez
el mecanismo de Anticitera, considerada la primera computadora de la
historia. Data del año 87 antes de Cristo y fue encontrada entre los
restos de un naufragio, dos mil años durmiente bajo los reinos de
Poseidon. El mecanismo permite calcular las fechas de eventos
astronómicos como eclipses y movimiento de los astros e hizo falta
prácticamente un siglo para comprender completamente su
funcionamiento. Es tal, que en la historia no se encuentran
artefactos de complejidad similar hasta mil quinientos años después,
con la aparición de los relojes mecánicos en Europa.
Mecanismo de Anticitera.
La última noche salgo con
Nikos junto al mar y nos deleitamos con una ovípara cena. Hristo, un
amigo de Nikos, ejemplifica el carácter griego frente a la crisis.
Está más cerca de los veinte que de los treinta, lleva un año y
medio en paro y ya está pensando en salir del país. Sin embargo
esto no le impide gastarse nueve euros una cerveza de importación.
¡Quién sabe cuando volveré a Grecia y si su situación económica
habrá cambiado! Sólo espero que esa cultura y carácter milenario
que corre por sus venas, se mantenga intacta hasta mi próxima
visita.