Rousseau escribió que para aumentar la riqueza del hombre se tenía que, o bien incrementar sus posesiones, o reducir su deseo por nuevas posesiones. Es aquí donde la filosofía de las culturas occidental y oriental se diferencian más y escogen caminos distintos para intentar llegar al mismo fin.
Así, en las sociedades occidentales se intenta lograr “la riqueza” a través de aumentar la cantidad de cosas que poseemos, intentando así obtener la perfecta felicidad consumista. Sin embargo, es una batalla perdida de antemano: el capitalismo, la cultura y medios occidentales nos incitan continuamente a tener un mayor deseo por cosas nuevas. De esta forma nunca hay, ni habrá, suficiente. Jamás llegaremos a ese punto anhelado de “ahora tengo todo lo que necesito para ser feliz”. La obsolescencia programada y la necesidad de actualizar todo lo que poseemos, nos azuzan con un deseo inalcanzable. Así seguimos en nuestra pequeña rueda de trabajar más, para tener y gastar más y acabar viviendo menos, cual pequeño roedor en su jaula.
Muchas de las filosofías orientales han buscado la aproximación opuesta. Reducir el deseo nos ayudará a ser felices con lo que tenemos. Queda resumido en las enseñanzas que el Buda dio en Bodhgaya, en la India (“El deseo provoca sufrimiento”) y el ejemplo de los monjes que buscan seguir sus enseñanzas: la renuncia al deseo, posesiones y expectativas.
Es por ello, que es fácil descubrir a mucha gente en Asia feliz con lo que tiene, por poco que sea. Te sonríen amablemente o simplemente te contemplan desde su silencio piramidal.
“El pasado no volverá. El futuro nunca llega. La vida es un eterno presente.”